En esta primera entrada al Blog me emociona ofrecer un espacio en el que contaros acerca de mí, de mi proceso y relación con la Terapia Gestalt.
Conocí la Terapia Gestalt en un momento de crisis personal y llegué a ella por casualidad. Estaba en un momento en que apenas me reconocía, siempre me consideré una persona alegre, fuerte, segura de mi misma y con las ideas claras. En ese momento me sentía insegura, triste y apagada. Estaba viviendo varias relaciones (pareja, amistades, compañeros de piso, de trabajo, etc.) de una forma muy tóxica, en las que no me podía reconocer. Al poco de empezar el proceso, pude ir tomando conciencia de lo que me estaba pasando, de cómo me relacionaba, cómo me vendía por amor y de lo poco conectada que estaba conmigo: con mi rabia, con mis límites, con mis necesidades y por ende, de lo poco que me estaba queriendo a mi misma. Vivía esperando que el amor llegara de fuera, y estaba dispuesta a pagar cualquier precio.
Al poco tiempo de comenzar terapia, Ana, mi primera terapeuta (a la que le agradezco profundamente los 4 años de acompañamiento) me sugirió que, puesto que era psicóloga y educadora y me dedicaba a acompañar a personas, iniciara la Formación en Terapia Gestalt. La formación dura tres años y cuenta con un fin de semana al mes de trabajo personal y experiencial, en grupo (¡y muy importante el grupo!). Es decir, mucha vivencia y también algo de teoría. Así pues, emprendí uno de los viajes más intensos y profundos que he realizado nunca: mi viaje hacia dentro.
Estos tres años de viaje en los que Ana seguía acompañándome de forma individual, (¡y menos mal!), pude conocerme más. (re)aprendí a escucharme, cuidarme y quererme, a sentir, expresar y soltar, y sobre todo (re)aprendí a darme permiso a ser. Digo “re” porque todxs nacemos con la capacidad y potencial de hacerlo.
Tres años de montaña rusa emocional, en el que, de repente, se empezaron a romper algunas estructuras y patrones pasados que ya no me servían. Y en ese “romperse” y sostener lo que llamamos el vacío fértil, empezaban a florecer actitudes y patrones nuevos, más sanos y alineados conmigo misma. Así, os podéis imaginar, estos tres años de cambio constante no sólo fueron movidos para mí, sino también para las personas de mi entorno; de repente se relacionaban y veían a una Maria diferente a la que estaban acostumbradas. Cuando este viaje acabó entendí que no era un punto final, si no que, todo lo que se había movido en estos tres años ya estaba en mí.
El camino del autoconocimiento y crecimiento es un camino que dura toda la vida, y me apasiona estar en él, seguir creciendo, conociéndome y encontrando cada vez más mi centro, mi Ser y mi amor y paz interior. A esta pasión se le añade lo afortunada y plena que me siento al poder acompañar a otras personas en este gran viaje, acercándose a su centro, a su verdad y mejorando la calidad de sus vidas como ha mejorado la calidad de la mía.
Hoy, años más tarde, siento que el equilibro y la coherencia se han instalado en mi. Miro atrás y se que la Gestalt no cambió mi vida, cambió mi forma de vivir y de relacionarme con ella. Al fin y al cabo, la Terapia Gestalt no es una forma de hacer terapia ni de ser terapeuta, es una forma de ser persona: una actitud de Vida y ante la Vida.
Agradezco profundamente a todas las personas que han formado y siguen formando parte de mi acompañamiento y crecimiento: A mi familia, especialmente a mi madre y mi padre por darme la vida y AMOR; un profundo y sentido GRACIAS. A mis hermanos, por su apoyo y estar siempre ahí.
A Ana, mi primera Maestra y a Rai, mi actual Maestro; y a todxs lxs terapeutas y ayudantes de Cercle Gestalt y del Programa SAT.
A mis compis del Grupo Q y amistades que han estado y siguen estando a mi lado. A las parejas que han sido una parte fundamental y muy importante en mi crecimiento.
A mi niña interior, mi gran Maestra y guía a lo largo del proceso. A mi Yo actual, por ser valiente, fuerte y vulnerable y ponerme en el camino en el que elijo estar.